Mary Mellor (Reino Unido):
"El ecofeminismo es un movimiento que ve una conexión entre la explotación y la degradación del mundo natural y la subordinación y la opresión de las mujeres. Emergió a mediados de los años 70 junto a la segunda ola del feminismo y el movimiento verde. El ecofeminismo une elementos del feminismo y del ecologismo. Del movimiento verde toma su preocupación por el impacto de las actividades humanas en el mundo inanimado y del feminismo toma la visión de género, en el sentido que subordina, explota y oprime a las mujeres".
Maria Mies (Alemania), Vandana Shiva (India):
"La perspectiva patriarcal-capitalista interpreta la diferencia como jerárquica y la uniformidad como un requisito previo para la igualdad. Nuestro propósito es ir más allá de esta perspectiva limitada y expresar nuestra diversidad, a la vez que abordamos, de maneras distintas, las desigualdades inherentes a las estructuras mundiales que posibilitan el dominio del Norte sobre el Sur, de los hombres sobre las mujeres, y del frenético saqueo de un volumen creciente de recursos en busca de un beneficio económico cada vez más desigualmente distribuido por la naturaleza...
... las mujeres eran en todas partes las primeras en protestar contra la destrucción del medio ambiente. Como activistas de los movimientos ecologistas, llegamos a ver claramente que la ciencia y la tecnología no eran neutras en relación con el género y empezamos a comprender que existía una estrecha conexión entre la relación de dominio explotador entre el hombre y la naturaleza (modelada por la ciencia reduccionista moderna a partir del siglo XVI) y la relación de explotación y opresión entre hombres y mujeres que impera en la mayoría de las sociedades patriarcales, incluidas las sociedades industriales modernas...
El ecofeminismo
El ecofeminismo, un 'nuevo término para designar un saber antiguo', se desarrolló a partir de diversos movimientos sociales --los movimientos feminista, pacifista y ecologista-- a finales de los años 70 y principios de los 80. Aunque la primera que utilizó el término fue Françoise d'Eaubonne, éste sólo se popularizó en el contexto de las numerosas protestas y actividades contra la destrucción del medio ambiente, iniciadas los repetidos desastres ecológicos. La fusión accidental del núcleo del reactor de Three Mile Island impulsó a un gran número de mujeres estadounidenses a reunirse en la primera conferencia ecofeminista --'Mujeres y Vida en la Tierra: Conferencia sobre el ecofeminismo en los ochenta'-- celebrada en marzo de 1980 en Amherst. En ella se examinaron las conexiones entre el feminismo, la militarización, el arte de sanar y la ecología. Como escribió Ynestra King, una de las organizadoras de la Conferencia:
"El ecofeminismo trata de la conexión y la integración de la teoría y la práctica. Reafirma el valor y la integridad particulares de cada ente vivo. Nosotras pensamos que debe considerarse la perca junto con la necesidad de agua de una comunidad, la marsopa junto con el deseo de comer atún, y las criaturas sobre las cuales puede caer, junto con el Skylab. Somos un movimiento que se identifica con las mujeres y creemos que estamos llamadas a cumplir una tarea especial en estos tiempos amenazados. Pensamos que la devastación de la Tierra y de los seres que la pueblan por obra de las huestes empresariales y la amenaza de la aniquilación nuclear por obra de las huestes militares son preocupaciones feministas. Son manifestaciones de la misma mentalidad masculinista que pretendía negarnos el derecho a nuestro cuerpo y a nuestra sexualidad y que se apoya en múltiples sistemas de dominación y de poder estatal para imponerse."
-- De la introducción de "Ecofeminismo", por Maria Mies y Vandana Shiva, 1993.
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Alicia H. Puleo (España):
Las aportaciones de dos pensamientos críticos -feminismo y ecología- nos ofrecen la oportunidad de enfrentarnos no sólo a la dominación de las mujeres en la sociedad patriarcal sino también a una ideología y una estructura de dominación de la Naturaleza ligada al paradigma patriarcal del varón amo y guerrero.
Feminismo y ecologismo serán dos movimientos sociales fundamentales en el siglo XXI. El primero porque, adquirida la autoconciencia como colectivo y la formación necesarias ya no es posible detenernos (aunque se puede siempre retrasar la llegada a las metas emancipatorias con diversas estrategias); el segundo por la cada vez más evidente insostenibilidad del modelo de desarrollo tecno-económico. Estamos asistiendo al comienzo del fin de la Naturaleza. Ya no resulta fácil a los medios de comunicación disimular, como hasta ahora, la conexión existente entre diversas catástrofes naturales que no son sino manifestaciones de un cambio climático global de consecuencias insospechadas.
Vivimos lo que Ulrich Beck llamó "la sociedad del riesgo". Cuanta más información poseemos sobre los alimentos que consumimos, el agua que bebemos, el aire que respiramos y hasta el sol que tomamos, mayor inseguridad sentimos (contaminación, pesticidas, agujero de ozono, conservantes... la lista es muy larga). Sólo la ignorancia o la adopción de una actitud tecno-entusiasta ciega puede hoy en día hacer que miremos hacia otro lado cuando los signos de peligro son tan claros. Y, sin embargo, hay una voluntad (inconsciente) generalizada de mirar hacia otro lado, voluntad cultivada cuidadosamente por el inmenso montaje escenográfico de la sociedad de consumo. El ecologismo avanza lentamente y tiene mayor implantación en los países tempranamente industrializados, en aquellos en que la población, o al menos su juventud más ilustrada, se ha cansado del espejismo hedonista contemporáneo que prometía la felicidad a través de la acumulación de un sinfín de objetos materiales. Su avance es lento pero está asegurado por la evolución misma de las cosas, por la tozuda realidad que llamará cada vez más frecuente y contundentemente a nuestras puertas.
Ahora bien, de la futura coexistencia triunfal de ambos movimientos -feminismo y ecologismo- no se deduce, al menos a primera vista, que deba existir entre ellos una relación particular. Sin embargo, una reflexión más detenida muestra al menos dos grandes formas en que se plantea la necesidad del diálogo. La primera de estas formas es la más superficial, pragmática . Es, en realidad, una negociación preventiva: ¿qué papel se reserva a las mujeres en la futura sociedad de desarrollo sustentable? Dado que gran parte de la emancipación femenina se ha apoyado en la industrialización (por ejemplo, en los artículos envasados o de usar y tirar, nefastos para el medio ambiente), ¿cómo organizaremos la infraestrucuta cotidiana sin sacrificar los todavía inciertos márgenes de libertad de las mujeres? La experiencia de los militantes en los Verdes (con la honorable excepción del mantenimiento a rajatable de la paridad) y en diversas organizaciones ecologistas muestran que subsisten allí, como en el resto de los partidos, fuertes inercias patriarcales. Los ecologistas suelen ser feministas. Y ya en lo que concierne particularmente al Estado español, por lo general, las feministas no tienen prioritruamente gran sensibilidad ecologista. Aquí, son, por ahora, dos mundos que viven de espaldas pero que en el futuro están destinados a tratarse y, probablemente, a realizar pactos políticos.Nosotras , mujeres contra el cambio climático, estaremos ahi, para ser el vector que posibilite ese entendimiento y nuestra labor en ese sentido va ha ser de concienciación y difusión.
Si lo anterior se refiere a las necesidades futuras, hay otras razones actuales para que el feminismo se interese por la ecología. Si el feminismo quiere mantener su vocación internacionalista, deberá pensar también en términos ecologistas ya que las mujeres pobres del Tercer Mundo son las primeras víctimas de la destrucción del medio natural llevada a cabo para producir objetos que se vendan en el Primer Mundo. El nivel de vida de los países ricos no es exportable a todo el mundo. Los recursos naturales son consumidos sin atender a la posibilidad o imposibilidad de su renovación. El expolio no tiene límites en aquellos países en los que la población carece de poder político y económico para hacer frente a la destrucción de su medio natural. Así, por ejemplo, los elegantes muebles de teca que proliferan hoy en las tiendas de decoración españolas son, por lo general, lo que queda de los bosques indonesios, sistemáticamente arrasados. Las mujeres rurales indias o africanas que viven en una economía de subsistencia han visto su calidad de vida disminuir trágicamente con la llegada de la explotación racional dirigida al mercado internacional. Si antes disponían de leña junto al pueblo, ahora deben caminar kilómetros para encontrarla. Ésa es la modernización que les llega. Si en nombre de la justicia deseamos que nuestra calidad de vida se extienda a toda la humanidad, esta calidad debe cambiar y hacerse sustentable. Si la población china tuviera acceso a los automóviles como la occidental, la atmósfera de la Tierra sería irrespirable. Hay límites físicos, estudiados por la ciencia de la ecología, que imponen un rumbo ecologista a nuestro modelo actual.
El ecofeminismo atiende a ésta y a otras cuestiones. No hay un solo ecofeminismo sino varias tendencias diferentes en polémica actualmente. Dada la novedad de sus planteamientos y por ser una de las formas más recientes del feminismo, suele ser mal conocido. En este breve trabajo, intentaré distinguir esquemáticamente las corrientes principales, plantearé lo que considero sus problemas y terminaré apuntando lo más prometedor de un feminismo con conciencia ecológica.
Surgimiento del ecofeminismo:
El feminismo mostró desde temprano que uno de los mecanismo de legitimación del patriarcado era la naturalización de la Mujer. En El Segundo Sexo, Simone de Beauvoir denuncia la exclusión de las mujeres del mundo de lo público realizado a través de la conceptualización de la Mujer como Alteridad, como Naturaleza, como Vida Cíclica casi inconsciente, por parte del Hombre (varón) que se reservaba los beneficios de la civilización. El famoso "no se nace mujer, se llega a serlo" beauvoiriano es una denuncia del carácter cultural, construido, de los estereotipos femeninos y, al mismo tiempo, un alegato en favor del reconocimiento del derecho de las mujeres, en tanto seres humanos portadores de un proyecto existencial, a acceder al mundo de la Cultura del que fuimos injustamente excluidas. Los feminismos liberal, socialista y radical de principios de los años setenta recogerán esta reivindicación consiguiendo romper, al menos en gran parte, la prisión doméstica en la que se hallaban encerradas las mujeres de la época.
Hacia finales de los 70, y ya plenamente en los 80, algunas corrientes del feminismo radical recuperan la antigua identificación patriarcal de Mujer y Naturaleza para darle un nuevo significado. Invierten la valoración de este par conceptual que en los pensadores tradicionales servía para afirmar la inferioridad de la Mujer (así, por ejemplo, en Hegel la Mujer es presentada como más próxima a formas de vida consideradas inferiores -animales o vegetales- al Hombre). Afirman estas feministas radicales que la Cultura masculina, obsesionada por el poder, nos ha conducido a guerras suicidas y al envenenamiento de la tierra, el agua y el aire. La Mujer, más próxima a la Naturaleza, es la esperanza de conservación de la Vida. La ética del cuidado femenina (de la protección de los seres vivos) se opone, así, a la esencia agresiva de la masculinidad.
Este feminismo radical buscará una ginecología alternativa frente a los tratamientos invasivos de médicos y grandes laboratorios farmacéuticos. Un importante resultado de su actividad en los grupos de autoayuda se refleja en una obra muy conocida entre nosotras y que aconsejo a quiénes aún no se hayan servido de ella: el manual de ginecología alternativa del Colectivo de Mujeres de Boston: Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas. Ante la manipulación creciente del cuerpo de las mujeres, estas feministas denunciaron los efectos secundarios de unos anticonceptivos dirigidos a la satisfacción masculina de la androcéntrica liberación sexual. Más recientemente, sus advertencias se han dirigido a un fenómeno nuevo: la terapia hormonal sustitutoria para la menopausia, nuevo filón de las multinacionales farmacéuticas. Esta preocupación por la salud y por recuperar el control del propio cuerpo es un elemento central de este primer ecofeminismo y explica el título de una de sus obras más relevantes: Gyn/Ecology (1978) de Mary Daly. De formación teológica, M. Daly se dedica a analizar los mitos llegando a la certera conclusión de que la única religión que prevalece en todas partes es el culto al patriarcado. Propone desarrollar una conciencia ginocéntrica y biofílica de resistencia frente a la civilización falotécnica y necrofílica dominante.
Este ecofeminismo, llamado hoy en día clásico, es claramente un feminismo de la diferencia que afirma que hombres y mujeres expresan esencias opuestas: las mujeres se caracterizarían por un erotismo no agresivo e igualitarista y por aptitudes maternales que las predispondrían al pacifismo y a la preservación de la Naturaleza. En cambio, los varones se verían naturalemnte abocados a empresas competitivas y destructivas. Este biologicismo suscitó fuertes críticas dentro del feminismo, acusándole de demonizar al varón. Su separatismo lesbiano y su ingenuidad epistemológica (esencialismo) hicieron de este primer ecofeminismo un blanco fácil de las críticas de sectores feministas mayoritarios carentes de sensibilidad ecológica. Actualmente, todavía, se suele asociar el nombre de ecofeminismo únicamente a esta primera forma del movimiento y de la teoría y se desconoce las tendencias constructivistas más recientes.